Los amores difíciles.

A los amores les pasa como a los aires, que a veces son difíciles, como bien escribía la fantástica (D.E.P.)  Almudena Grandes en una de sus novelas y como bien saben, entre otros, los gaditanos o los que pasamos nuestras vacaciones en tierras de nuestra amada Cádiz. Que nos venga el tiempo de Poniente, deseamos siempre, acogedor y agradable. Amable y disfrutable. Ligero y suave.  Pero que no llegue el de Levante. ¡Ese no, horror!! Que lo complica todo. Que consigue que la estancia sea insoportable y a veces hasta imposible. Que llega a provocar que la gente enloquezca y les “explote” la cabeza. Que hace, que, a pesar de estar en el espacio más maravilloso del planeta, tengamos que ausentarnos, dejarlo, porque la experiencia es todo menos placentera.

Pues lo mismo con el amor. A veces no se presenta tan fácil como quisiéramos. Y los obstáculos son tan grandes que hacen que la lucha por el objetivo de conseguir la unión perfecta sea casi una odisea, una hazaña imposible, una epopeya. Y si no, que se lo digan a los protagonistas de las dos películas que veo en una perfecta sesión doble de cine en torno a la versión más complicada del amor, que no imposible.

Ay, los amores, como los aires, que a veces son tan difíciles…

“Licorizze Pizza”. (Dir.:  Paul Thomas Anderson).

Paul Tomas Anderson vuelve a demostrarnos en esta su nueva obra por qué es uno de los directores más encumbrados y alabados de la actualidad cinematográfica y por qué su nombre empieza a ser llamado a ser considerado como uno de los grandes de la historia del cine, pudiéndose codear con gente del calibre de Scorsese, Woody Allen, Spielberg o Billy Wilder. Después de habernos regalado ya muchas obras magnas como “Magnolia”, “Pozos de Ambición», “El hilo invisible” o “Boogie Nights”, entre otras, nos vuelve a regalar otro buen ejemplo de lo que es gran cine.

En este caso, nos hará acompañar durante 133 minutos a Gary y Alana (fantásticos, los recién llegados para quedarse, Cooper Hoffman y Alana Haim), una pareja de jóvenes que, desde su primer encuentro, verán como la chispa del amor les mantendrá en alerta de manera inmediata a partir de entonces. Un problema: ella casi dobla la edad del joven, de apenas recién cumplidos dieciséis años. A partir de ahí, una historia de amor y amistad, con sus vaivenes, idas y venidas, subidas y bajadas, situada en la América de los 70. Una especie de “Érase una vez en Hollywood”, la de Tarantino,pero cálido y poético, lleno de ensoñación y magia, donde junto a nuestros protagonistas conoceremos a un montón de peculiares personajes y situaciones estrambóticas, de lo más surrealistas pero adorables. Cine independiente de calidad, con clara seña de autor y un halo poético muy cuidado, inteligente, nada fácil, en el que la estética retro-chic, la cuidada fotografía y la maravillosa banda sonora a base de temazos, del tipo “Life in Mars” de Bowie, hacen el resto.

Divertida. Entrañable. Diferente. Gozosa. Bonita. Emocionante. Disfruto de lo lindo, a pesar de su “raruneces” y “freakadas”, en compañía de Alana y Haim y me quedaría más tiempo en su compañía para saber qué es de ellos, tras ese final tan hermoso como redondo, que yo ya me guardo para el recuerdo.

Sr. Anderson, siga rodando. Yo no fallaré a ninguna de sus obras. Son buenas para mi alma.

“Un amor intranquilo” / “Les intranquiles” (Joachin Lafosse):

            Y si salgo con el corazón vibrando, tras haber disfrutado de lo lindo con como “Licorizze Pizza” nos habla de las dificultades del primer gran amor, el de juventud, el idealizado e ilusionante, romántico y estimulante, vibrante, efervescente, motivante …., de “Un amor intranquilo” salgo con el corazón absolutamente demolido, “pisoteado”, «arrollado», tras haber asistido a otro tipo de amor y sus complicaciones, el de la madurez, el de al final del camino, el agonizante y terminal.

            En este caso, asistimos al proceso de desintegración de una pareja, que se quiere, que mantiene viva su pasión (deducimos que ha habido mucho amor y química entre ellos, mucho), cuando el terrible tema de la enfermedad mental se cuela en su hogar. Él es un pintor al que le van bien las cosas. Ella una restauradora de muebles a tope de trabajo. Ambos viven en una tranquila e idílica casa en el campo. Y comparten un hijo por el que sienten auténtica devoción. Todo es perfecto. Nada falla. Hasta que la bipolaridad se apodera de él mandando al traste todo el equilibrio en el que vivían y reinaba en su casa. A tomar vientos la paz. La tranquilidad y la calma. El remanso de paz en el que vivían y la conexión en la que sus sentimientos estaban. Llega el caos, la tormenta, la angustia, la duda, la nada, … La intranquilidad. Los nervios. La falta de soluciones. La desconfianza. La amargura. Todo estalla.

            El resultado es una cinta demoledora. Veraz. Conmovedora. Dura a más no poder. Pero también bella. Una película inquietante. Llena de desasosiego. Nerviosa. De la que es imposible desengancharse y que te atrapa, a pesar de su difícil temática, gracias a un guion directo, certero, una dirección impecable y un reparto magistral que te hace creer cada una de las secuencias.

            Una película llena de verdad y fuerza, que vuelve a demostrar el poder del amor en tiempos difíciles. La fuerza del cariño en momentos de complicación, de sombras, de dudas, de pruebas, de tragedias. Todo está tan bien contado, que es imposible desconectarse. Imposible no sentir empatía por estos tres personajes perdidos en lo “kafkiano” de la situación, en el lodo de la desesperación, del no hay salida, del ya no puedo más, del sálvese quien pueda, …

            Una cinta sobre el amor, difícil, pero en definitivo amor, llena de amor (valga la redundancia) y de calidad cinematográfica. Una película muy triste, pero bonita y, en definitiva,  magnífica y que, por supuesto, yo no puedo dejar de recomendarla.

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