Me gusta mucho lo que hace David Trueba. Tanto sus películas como sus libros me suelen convencer. Tiene mucha inteligencia, sentido del humor y sus tramas, con ecos a Woody Allen, hablan de las cosas verdaderamente importantes de la existencia terrenal: el amor, la amistad, la muerte, la soledad, la creación y la creatividad, la pasión, … en fin, de la vida. Su filmografía no es solo coherente, sino muy valiosa, y tiene en su haber algunas bellísimas películas, entre las cuales se encuentran “La buena vida”, “Soldados de Salamina”, “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, “Casi 40” o “Saben aquell”, entre otros, las cuales disfruté todas enormemente. De entre sus libros no dejaré de resaltar nunca su bellísima obra “Saber perder”, la cual os recomiendo encarecidamente. Maravillosa.
Si me gusta mucho lo que hace el pequeño de los Trueba como creador, no menos lo que hace David Verdaguer como actor, intérprete al que tengo en altísima estima, ya que su presencia en la pantalla es siempre sinónimo de calidad, moviéndose como pez en el agua entre la fina línea que separa la comedia y el drama, y quien nos ha regalado fantásticas interpretaciones, de una naturalidad pasmosa, como las de “Saben Aquell”, “La casa”, “Verano 1993”, “10.000 kilómetros”, “Tierra firme” o “Los días que vendrán”. Su trayectoria es infalible y consigue sacarme la sonrisa y la carcajada en la mayoría de sus creaciones. Es muy gracioso, natural y siempre brilla.
Por ello que la combinación de ambos no podía fallar y, evidentemente, no falla. Me gusta mucho “Siempre es invierno”.

“Siempre es invierno”. (Dir: David Trueba):
Pues sí, me gusta mucho “Siempre es invierno”, una cinta tan bella y nostálgica, triste y poética, delicada y agridulce, como una tarde de invierno, que nos cuenta la historia de Miguel, arquitecto en crisis, que tendrá que salir adelante en un frío Enero, enfrentándose, como bien indica la película, a las verdaderamente importantes cosas de la vida: el amor, la soledad, la amistad, el desarrollo personal y profesional, el sexo, el paso del tiempo, la vejez, la felicidad, … Todo en un momento en el que es abandonado por su joven y bella novia, lo que dará lugar a que conozca a una también atractiva, pero mujer de mayor edad.
Sencilla historia, contundente trasfondo. Todo ello contado con el estilo al que nos tiene acostumbrados David Trueba. Conciso, directo, efectivo, depurado, con un perfecto equilibrio entre drama y comedia, guion ingenioso, diálogos brillantes, interesantes reflexiones, muchas referencias culturales y filosóficas, buenos personajes y no mejor música, con el espíritu de Woody Allen, siempre resonando de fondo como referencia. Y para ello cuenta con un actor como protagonista perfecto, David Verdaguer, quien da vida de manera sobresaliente a ese Miguel, hombre divertido, patético, de gran corazón, pero horizonte perdido, quien se encuentra en una encrucijada existencial, en la que aprenderá qué es lo realmente importante de todo esto. Fantástico, Verdaguer.
Una película pequeña, nada grandilocuente, sincera y sencilla, directa, austera, pero llena de jugo, de poesía, de belleza, … Una cinta que resuena al mejor sonido de Jazz, huele a vino de la mayor calidad, respira palabras de bonitos y trabajados versos y reconforta cual luz cálida en una bella estancia otoñal. Tan decadente, triste y a la vez hermosa, como una fría pero luminosa tarde de invierno. Con un título perfecto. Redondo. Con un final, ídem de ídem. Y con mucha verdad y esencia entre meidas.
Otro notable ejemplo del buen momento de nuestro cine y del maravilloso hacer de David Trueba y de David Verdaguer. Cine autoral pequeño pero muy, muy potente. Yo, al menos, nostálgico “woodyalleniano” de pro, la disfruté mucho, mis queridos “hoymevoyalcinemanicos”. Y por eso me atrevo a decir: ¡Vivan los Davices! A por mucho Trueba y Vedaguer por delante. ¡Mucho! Y si puede ser juntos, mejor. Ojalá. Allí estaré yo siempre para verlos.
