El pasado lunes 15 de marzo, tras varios meses de apuestas, elucubraciones, galardones, suposiciones y candidaturas previas, conocimos, al fin, las que serían las nominaciones a los premios Oscar de este 2021, desvelándose, de este modo, ese grupo de cintas privilegiadas que lucharán finalmente en ese emocionante “sprint final” por alzarse con la codiciada estatuilla dorada de la Academia de Hollywood.
Allí estaban algunas de las películas de las que ya hemos hablado largo y tendido en este blog o comentado en nuestro programa de radio. Desde ese fascinante relato sobre el proceso de creación del guion de “Ciudadano Kane” que nos propone David Fincher en “MANK”, al potente y vibrante drama judicial de Aaron Sorkin “El juicio de los 7 de Chicago” (ambas en NETFLIX); por no hablar de ese bello y delicado relato vital en torno a esa familia coreana abriéndose paso en el Arkansas rural de los años 80 mostrado en “Minari”, como de ese brillante análisis de la demencia senil que nos conmociona en “The Father” (éstas últimas, ambas en cartelera; no se las pierdan, háganme caso) o de esa bajada a los infiernos que vivencia un batería, cuyo único mundo es la música, cuando empieza a quedarse absolutamente sordo, de la que trata la independiente y conmovedora “Sound of Metal” (en AMAZON PRIME).
A este grupo añado ahora otras dos fascinantes y sobresalientes cintas. Dos películas que tengo la suerte de ver estos días de atrás (una en estreno, la otra en pre-estreno) y que, a día de hoy, son las dos favoritas a alzarse con el Oscar a la mejor película, “NOMADALAND”, y con el de Mejor película extranjera, “OTRA RONDA”. Se haría justicia si esto ocurriera, porque ambas son absolutamente magníficas. Vamos con la primera de ellas.

“Nomadland”. (Dir.: Chloé Zhao):
Veo la que está llamada a llevarse el premio gordo de la noche el próximo 26 de abril. Al menos la que es considerada como favorita para ganar el Oscar al mejor largometraje de este año. Lo que presencian mis ojos está más allá de una película. Es toda una experiencia cinematográfica y existencial, toda una vivencia fílmica y vital. Cuenta la historia de una mujer, Fern, alguien quien tras la crisis económica de principios de siglo (esa que orquestaron bancos, inversores, economistas sin piedad y demás calaña, a base de fondos buitres, burbujas inmobiliarias y todo tipo de acción carroñera …) se queda sin nada. Ha perdido también a su marido y ve como, tras varios años de esfuerzo y trabajo, se encuentra ante la vida con una mano delante y otra detrás. Sola y sin nada. Bueno, única y exclusivamente con la compañía de su única posesión material, con una furgoneta, la cual se convertirá en su futuro hogar de ahora en adelante. A partir de ese momento, su humilde morada, ella y el mundo, y nada más. Bueno, sí, una tribu de nómadas urbanos que conocerá y que empezarán a ser su nueva familia. El resto del metraje: un viaje por el Oeste americano en compañía de esta buena mujer y su nuevo día a día, un peregrinaje de ciudad en ciudad en busca de trabajo temporal y precario con el que sobrevivir y salir adelante en este nuevo capítulo de su maltratada existencia. Un “basado en hechos reales” en torno a los nómadas contemporáneos, seres peregrinos que van de un lado a otro huyendo de una existencia convencional y buscando un viaje más cerca de lo espiritual que de lo meramente terrenal.
Todo ello a través de una bellísima cinta absolutamente realista, casi documental (la mayor parte de los actores son personajes reales interpretándose a sí mismos), pero llena de poesía y magia. Todo un brutal análisis de este mundo sinsentido que hemos creado, devorado y “fagotizado” por un capitalismo atroz que siempre se olvida de los más desheredados (el momento navideño de AMAZON es absolutamente brillante a la par que demoledor), así como un maravilloso canto a la vida, a disfrutar de cada bonito y hermoso momento de nuestra existencia, de exprimir nuestro “recorrido” por la tierra de una manera absoluta y extrema, sin ponernos obstáculos ni justificaciones que nos frenen, olvidándonos de todo lo material y recordándonos que lo verdaderamente importante es lo espiritual, las pequeñas cosas, esas ráfagas llenas de fuerza y poder que nos regala nuestro fascinante mundo, nuestro poderoso universo, pero a las que no prestamos atención “cegados” por esa voracidad desmedida que sólo piensa en logros laborales y económicos y en nada más. Qué equivocados estamos. Al menos es lo que nos enseña Fern y sus “nómadas” en esta película. Desde luego hay que comer y sobrevivir, pero sin olvidarnos de cada uno de los mágicos y preciosos momentos que nos regala el día a día y a los que, en la mayor parte de las veces, no prestamos atención. Fern sólo tiene una furgoneta y una carretera por la que dejarse llevar. No necesita más. Tiene también la lluvia, el mar, el horizonte, los amaneceres y atardeceres, la amistad, la música, el silencio, la noche, el dejarse llevar, una sonrisa, una canción, una caricia, una conversación, … el todo.

Una película perfecta a la que no le falta ni le sobra nada. Todo está en su justa medida. Esa maravillosa música (sencilla, minimalista, delicada, sensible, …); esa inmensa fotografía, que muestra a su vez la inmensidad, valga la redundancia, de este nuestro grandioso planeta tierra; ese certero guion, mínimo pero enorme, que insinúa más que muestra; también ese certero su montaje (nos muestra lo justo y de la manera justa) …
Alabar también la mano de su directora, Chloé Zhao, de la que ya disfrutamos su maravillosa obra anterior, “The rider”, la cual no puede ser más acertada y sobresaliente. Todo tiene sentido en su buen hacer. Su obra destila señal de autoría, originalidad y creatividad, pero sobre todo talento y oficio.
Qué decir de su actriz principal. Nada de lo que hasta ahora he escrito tendría sentido sin el prodigioso regalo interpretativo que nos regala Frances McDormand, una actriz ya con dos Oscar, por sus grandes trabajos en “Fargo” y en “Tres anuncios a las afueras”, y que en menos de un mes debería de tener un tercero. Su trabajo como Fern es auténtico, sutil, soberbio, conmovedor, fascinante, maravilloso, creando un personaje bombón, un ser de luz, entrañable, honesto, lleno de fuerza y rabia, de bondad y carácter, de esos que no se olvidan fácilmente. Al menos, a mí me acompañará durante algún tiempo, como lo harán cada uno de los fotogramas de esta auténtica y perfecta obra de arte.
Una película diferente, genuina, muy sencilla pero casi milagrosa, que a mí me enamoró de principio a fin. Brillante, distinta, entrañable, dolorosa, … Sencillamente, redonda.
P.D: El próximo día os hablo de “Otra ronda”, otro subidón fílmico, otra gran obra de la que tengo muchas cosas que contaros. Por eso, lo dejo para otro día. Mientras tanto, si pueden, vayan a ver “Nomadland” (abstenerse los espectadores no amantes del cine de autor en las que apenas pasa nada, avidaos quedan), para mí, la mejor película de lo que llevamos de año. Eso, y no lo olviden, mucho “carpe diem”, que de eso, finalmente, se trata todo.

Curioso que una peli en la que no pasa casi nada (según dices)
pueda ser tan buena (según dices)
jejejeje
La anotamos, eso siempre!
Aunque ya me engañaste con ‘Las niñas’ donde tampoco pasó nada, y ganó el Goya 🙂
Qué gran atracción producen este tipo de historias (o sin historia) a los cinéfilos…
Tema para debate al calor de un café reposado jejeje
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Es que ambas películas representan ejemplos similares. Cine de autor, nada sencillo de ver, no para grandes masas, pero de una gran calidad. A mí me encantaron las dos, pero entiendo que no son para todo el mundo. Podríamos hablar largo y tendido un día tomando un café. De todas formas, gracias por apuntar siempre mis recomendaciones. 😜
Un súper abrazo.
Felipe.
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