François Ozon y las setas.

Ya he confesado por estos lares que me gusta el cine de François Ozon. Sobre todo, su facilidad para pasar de un género a otro de película en película. Lo mismo te hace un drama verista sobre la pederastia en el seno de la iglesia (“Gracias a Dios”), que un fantástico relato juguetón sobre la metaficción (“En la casa”), que una comedia “Almodovariana” con suspense al más puro estilo CLUEDO (“8 mujeres”). Además, es muy prolífico, estrenando una cinta casi por año. Todas, siendo mejores o peores, teniendo una media de calidad notable alta y siendo de lo más interesantes. De hecho, su filmografía está llena de cintas más que recomendables (“Mi crimen”, “Todo ha ido bien”, “Verano del 85”, “Franz”, “Joven y bonita”, “Swimming Poool”), que os invito, a los amantes del cine de autor, a investigarlas. Tienen un plus añadido, todas tocan temas candentes de la sociedad. Tienen debate.

Procuro ver cada año su estreno. Y es lo que hago con la recién “Cuando cae el otoño”.

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En el nombre de la ley y el orden.

Voy a ver en mi sesión doble, dentro de la fantástica idea de “La fiesta del cine”, dos películas que de manera muy diferente hablan de la ley y el orden. Giran en torno a eso lo de ejercer el derecho y la justicia, o, todo lo contrario, de aprovecharse en su nombre de sus privilegios. De como a veces las figuras que representan tan honrosas instituciones se apartan de ellas en busca, única y exclusivamente, de su favor y su beneficio. Son películas totalmente opuestas, pero las dos me aportan cosas, una más que la otra. Vamos con ellas.

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