De Napoleón a Santa Teresa.

            Semana de nominaciones de los Goya. Y seguimos viendo cine español en un año, uno más, de calidad máxima. Eso tras recuperarnos del desenfoque de Ridley Scott en su entretenido, pero fallido “Napoleón”. De figura histórica a figura histórica. De Bonaparte a Santa Teresa, de Jesús, por su puesto. De estratega militar a santa, o demonio, que mira lo poco bienvenida era para la Santa Inquisición. De emperador a mística. De delirios de grandeza a aspiraciones de Dios. Dos visionarios, uno terrenal, la otra espiritual. Los dos seguidores de su fe. Uno para alcanzar la gloria, la otra para conectar con un mundo etéreo, no tangible, el del más allá. Uno pura lógica territorial, la otra seguidora de instintos que no atienden a razón.

            Dos películas que tratan de reflejar la complejidad de dos seres atípicos, nada comunes, llenos de aristas y facetas, reflejados de maneras tan distintas, opuestas, que nada tienen que ver. De la grandilocuente, clásica y apabullante, mano de Ridley Scott pasamos a la sutil, minimalista y experimental de Paula Ortiz. Me quedo, al menos esta vez, con esta segunda.

            Vamos con lo que me ha parecido esa “Teresa”, ahora en nuestras carteleras.

“Teresa” (Dir: Paula Ortiz):

Empiezo diciendo que, a diferencia de “Napoleón”, no es una película para todo el mundo. Que quede claro. Su naturaleza experimental y de esencia teatral aleja a esta “Teresa” del biopic al uso y más convencional, más para todos los públicos. Más que una película, “Teresa” es una experiencia. Tan compleja como  la persona a la que trata de reflejar. Basada en la obra teatral “La lengua en pedazos”, sobre un texto de Juan Mayorga, la película muestra uno de los posibles e hipotéticos encuentros  que tuvo la supuesta santa con uno de los miembros de la Santa Inquisición, cuando estos empezaban a inquietarse ante las poco convencionales maneras de la religiosa y las noticias que llegaban de tal monacal mujer. ¿Santa o villana? ¿Dios o demonio? ¿Milagro o mentira? Esas son las preguntas que se hará ese hombre que ha sido enviado, en nombre de Dios, para juzgar a esa mujer que dice estar en conexión directa con aquel del más allá que inspira y no sólo mueve, sino conmueve, su vida. Todo a través de un diálogo, entre estos dos personajes, avocados a entenderse o a todo lo contrario.

¿Y la película qué? Pues muy bella, poética y sutil. Visualmente magnética y llena de poderosas imágenes tan evocadoras como sugerentes. Toda una experiencia. Llena de sensibilidad, sutileza y sobresaliente creatividad. Se ha comparado a nuestra talentosa directora Paula Ortiz con el magnético Terence Malick. No les falta razón a los que lo hacen. Hay un intento en ambos en sobrepasar la historia e ir más allá de lo que se cuenta, tratando de evocar más que mostrar, sugerir más que definir, … Expresar más sensaciones que hechos. Y vaya si lo hace bien nuestra directora maña: su arte tiene fuerza, poderío y magia, y a mí me atrapa.

Magia también es la que transmiten los dos intérpretes de la película. Tanto Blanca Portillo como Asier Etxeandía están fantásticos en sendos personajes. Su duelo interpretativo es magia. Es imposible desprender la mirada de sus diálogos. Sienten cada palabra del complicado y barroco texto. Despenden conexión y están más que cómodos en los hábitos que les ha tocado llenar de vida. Ellos han trabajado muchas veces en teatro juntos y se nota. Conocen y dominan el declamar texto y su buen hacer, como las cuidadísimas y preciosistas imágenes, también te atrapan.
                Eso sí, no sería justo, si no le pusiera un pero. Porque lo tiene y lastra el resultado, personalmente, de la película. Es excesivamente teatral. Amén de que su texto es excesivamente intenso y elevado. Cada frase es de una seriedad, que termina por acabarla perdiendo. Demasiada dialéctica para tan poco hecho. Una cinta más existencial y filosófica/teológica, que puramente argumental. Y aunque sus imágenes son de gran belleza, no acabo de entrar del todo en la propuesta. Y eso que es valiente, arriesgada, nada al uso, lo cual aplaudo. Pero también he de ser sincero y confesar que fui al final de un día de esos de no parar y que tenía mil cosas en la cabeza. La cinta no consiguió eliminarlas de mi mente, no me hechizó del todo y aunque disfruté de su belleza y templanza, no llegó a emocionarme del todo. Me quedo con el plano visual e interpretativo, más que con el puramente narrativo. Más con el continente con el contenido. Me embriaga lo que veo, pero me agoto un poco ante tanta palabra. Pero esto soy yo. O al menos mi YO cansado y con la mente a rebosar de asuntos varios. Juzguen ustedes si la van a ver.

     Eso sí. Disfruté de su visionado. Ver a Blanca Portillo y Asier Etxeandía hacerlo tan bien ya merece la pena (aunque no los hayan nominado al Goya, están soberbios). También el volver a dejarse llevar por la valía de su directora y sus evocadoras imágenes. Su guion me arrolla y me deja más frío. En teatro, seguro que perfecto. En cine, le resta efectividad al proyecto.

Resumiendo. Buena experiencia. Eso sí, no, personalmente, excelsa. La veo y disfruto pero sin caer en “éxtasis” cual Santa Teresa.

2 comentarios sobre “De Napoleón a Santa Teresa.

  1. Hola Felipe! Coincido plenamente con tu valoración. Vi esta película en la SEMINCI de este octubre pasado. Además le entregaron la «Espiga de Honor» a la gran Blanca Portillo. Todo el elenco se mezcló con el resto de la sala durante la proyección en el Teatro Calderón lo que resultó muy atractivo y recibieron una calurosa ovación al finalizar. Yo también aplaudí pero salí diciendo (te lo comenté al hacerte una pequeña crónica del Festival) que no era para todos los públicos. Un tanto bizarra. Para mí, hay alguna escena que no revelaré para evitar hacer «spoiler» demasiado extrema. Pero merece la pena. Y la pareja protagonista está excelsa. Un abrazo.

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