“Maspalomas”. El sexo en edad adulta.

Asistir al estreno de una de las nuevas cintas del grupo MORIARTI, productora vasca, con el trío de directores formado por Aitor Arregi, Jon Garaño y José Mari Goenaga, como cabeza visible del grupo, es sinónimo de acierto, de calidad. Sus anteriores trabajos al menos así lo han constatado siempre. Desde “Loreak”, pasando por “La trinchera infinita”, “Handia” o “Marco”, sus largometrajes se han erigido como ejemplos de un cine conciso, directo, austero, certero e inteligente, que tratan, para más ende, de temas llenos de interés y que invitan al debate. Todas me gustaron. Algunas me encantaron. Por eso que había ganas de “Maspalomas”, su último filme. Más cuando se había presentado con éxito en el Festival de Cine de San Sebastián, con el aplauso del público y de la crítica.

Además, en el caso de “Maspalomas” el tema prometía. El sexo en la edad adulta. La decisión de nunca decir NO a esa cosa tan placentera y gozosa que nos ha dado la vida llamada sexualidad. La necesidad de disfrutar de nuestro cuerpo y de nuestras pulsiones más carnales y sensuales hasta el último instante, más a sabiendas de las dificultades que ello conlleva cuando la sociedad te da la espalda por ciertos tabús asociados a complejos, edades e intolerancias. El SÍ, como ha de ser, al sexo en edad adulta. Siempre.

El resultado, como no podía ser menos, es una cinta, valiente, compleja y llena de sensibilidad. Me gusta mucho. Esto es lo que me parece.

“Maspalomas” (Dir: Aitor Arregi y José Mari Goenaga):

            “Maspalomas” empieza por todo lo alto. Sin miedos. Con un preámbulo de sexo homosexual de lo más explícito y directo. Aquí no hay censuras. Toda una declaración de intenciones. En él se sigue a Vicente, un jubilado en Canarias, quien, tras una dolorosa, intuimos, ruptura, ha decidido seguir gozando de su cuerpo hasta que éste se lo permita. Un ser libre con ansias de más libertad, si es posible. Un contratiempo de salud hará que tenga que volver a su San Sebastián de origen, siendo internado allí por su hija en una residencia de ancianos, donde tendrá que tratar de vivir su sexualidad de una manera “castrada”, frustrante y a escondidas, por el miedo a la intolerancia y a los prejuicios hacia su condición y su edad.

            El resultado es un inteligente, certero, sensible, bello y triste drama, que ahonda en lo terrible de la vejez, en lo dramático de ver cómo el tiempo se acaba, de que el final del túnel se acerca, con todos los inconvenientes vitales que ello conlleva. Habla de familia, de crisis existenciales, de mentiras, de engaños y de auto-engaños, de aceptarse y de no hacerlo, de perdonar y de perdonarse, y de intentar vivir y sobrevivir en una sociedad que todavía tiene mil reparos, tabúes, y aún condena el deseo sexual cuando uno es mayor, y más, cuando la opción es la de la homosexualidad. Cine valiente, seco, sin manierismos, reflexivo, emocional y emocionante, veraz y conciso, que cala, te hace reflexionar y te toca el alma.

            Imposible no dejarse atraer por la historia de Vicente, y mucho menos por la interpretación de su actor, un perfecto, José Ramón Soroiz, probablemente el Goya al mejor actor de este año (ya fue merecidísima Concha de Plata en Donosti), quien se deja el cuerpo, literalmente, y el alma, en tan compleja actuación. Intérprete vasco que está perfectamente acompañado por dos compañeros de rodaje igualmente sobersalientes, Nagore Aramburu, como su hija, y Kandido Uranga, como su compañero de habitación, Xanti. Fantástico trío actoral. Impecable. Soberbio.

            Resumiendo. Más cine español de calidad (otro año más; ¡Qué bien!). Sencillo y minimalista en forma, sin aspavientos ni modernidades, complejo y sutil en fondo. Cine del que llega. Te hace reflexionar. Te saca la sonrisa, también la lágrima. Y es que refleja la vida, con sus rectas y sus curvas. Sus tramos tranquilos y su vaivenes. Y que invita a ser libre y a liberarse. A vivir y dejar vivir. A ser y no parecer ser. A aceptarse a uno mismo. A quererse. A no dejarse hundir por los demás. A levantar nuestra propia voz. Dejar claro nuestro discurso, nuestras palabras, sin que otros nos digan lo que tenemos que hacer o decir. Una invitación a derribar complejos, miedos, barreas, límites y dejarse llevar, fluir. Sin miedos. Sin barreras. A resistir. A no ceder. A volver a levantarse una y otra vez. A todo ello y a disfrutar de esa maravilla llamada SEXO.

En definitiva, toda una lección de cine y, lo que es más importante, de vida. Dicho está.

            Vayan al cine y, sobre todo, y más importante, quiéranse, mis amados “hoymevoyalcinemanicos”, que nadie como vosotros para darse amor. Ah, y gocen, eso siempre, que la vida, no lo olviden, es breve y no somos conscientes hasta que, sin casi darse uno cuenta, termina.

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