La mera casualidad hace que las dos películas que elijo para mi tarde de sesión doble de cine tengan una característica en común: ambas tratan de dos parejas cuyo amor no acaba de realizarse del todo al estar separados por un muro físico (absolutamente real, nada de metáforas) que les impide vivir de manera natural sus emociones. En el primer caso, los protagonistas, viven en edificios contiguos (en el mismo nivel, pero en bloques paralelos) y, aunque están hechos el uno para el otro, o al menos eso pensamos los espectadores, ni siquiera se conocen. Un muro enorme les impide saber de ellos y darse cuenta de que probablemente el uno está hecho para el otro. En el segundo caso sí se conocen, y mucho, y hay amor, también mucho, pero serán ellos mismos los que decidan, racionalmente, poner una barrera física a su afecto, al crear esa trinchera infinita de la que habla su título y construir un zulo donde uno de ellos vivirá escondido por mucho tiempo. Es curioso que con planteamientos muy similares me provoquen sensaciones tan opuestas. Una no me aporta nada, la otra me apasiona. Una me aburre un rato, la otra me encanta. Vamos, de menos a más (en emociones provocadas en mi cinéfilo ser), con ellas.
“Tan cerca, tan lejos” / “Deux moi” (Dir: Cédric Klapisch):
Confieso que voy con ganas a ver esta comedia romántica (aunque es más un drama) por su director. En mi juventud, dos de sus obras me encantaron (“Una casa de locos” y “Las muñecas rusas”) y pienso que, con la temática de su nueva obra, que leo en su sinopsis, puede haber hecho algo interesante.
Error. Error y error. Poco me interesa de esta historia de dos jóvenes solitarios (no porque ellos lo quieran) en el París interconectado del Siglo XXI que no acaban de encontrar su sitio ni su media naranja. Dos jóvenes deprimidos y tristes (entenderemos el por qué, se encargará la película reiteradamente de ello) predestinados a encontrarse (lo sabes desde el primer momento, no hago ningún spoiler), que viven en edificios contiguos y que se cruzan todos los días mil veces, pero que no se conocen y no lo harán hasta el final, o no, del metraje. Asistiremos a su día a día, conoceremos su trabajo, su familia y sus amigos, también sus miedos, sus inseguridades, sus frustraciones, en fin… su todo y veremos cómo, a pesar de que están físicamente cerca mil veces, no llegan a encontrarse nunca.
He de reconocer que me encantan los dos personajes. Ambos son ideales. Me encantan también los dos actores que les insuflan vida por cada poro de su piel (los jóvenes y muy atractivos Ana Girardot y François Civil). Me caen bien desde el primer fotograma y quiero que les vaya bien. Además, ansío que se encuentren ya y que vivan juntos y sean felices para siempre (y si no lo consiguen al menos que se lleven unos buenos ratos, juntos, físicos y/o emocionales, para el más allá). Pero el equivocado enfoque del guion y de su director, al menos para el que suscribe estas líneas, hace que me aburra un montón y que desconecte muchísimo sobre lo que les pasa. Me interesan ellos, insisto. Nada su día a día. Salgo con esa horrible sensación de “ojalá hubieran…” que te aborda cada vez que ves delante de tus ojos lo que podía haber sido una bella historia de amor y se queda en un “ni fu ni fa, sino mucho menos”.
“La Trinchera infinita” (Dir: Aitor Arregui, Jon Garaño y Jose María Goenaga):
Qué bien, sin embargo, “La trinchera infinita”. Le tenía muchas ganas, desde sus entusiastas críticas tras su paso por el Festival de San Sebastián (donde era la favorita para ganar la Concha de Oro), y al fin pude tener mi veredicto. Y no es otro sino el de qué bien. Qué bien la peli, qué bien la historia, qué bien el guion, qué bien la música, la dirección de sus tres directores, sus dos soberbios actores, su planificación, su dirección artística, su lección de historia, su … En fin, que qué bien todo. Vamos con ello.
Me encanta su interesantísima y tristísima historia, la de un topo, Higinio Blanco, o como se llamaban a los que se escondieron durante la guerra civil y llegaron a vivir hasta treinta años “desaparecidos” en zulos camuflados, separados de sus seres queridos por esas “trincheras infinitas” que impedían desarrollar del todo su vida y su amor por sus seres queridos.
Me encanta su guion conciso, directo, sencillo pero brutal, estructurado de una manera muy original en capítulos que son palabras (con sus “que ni al pelo”, para la historia, definiciones), con un fascinante y perfecto uso de la elipsis, en el que asistimos casi sin darnos cuenta a la vida de 30 años de un matrimonio y, a la vez, a 30 años de la historia de España.
También me convencen (más que eso) sus dos actores principales, Antonio de la Torre y Belén Cuesta, los dos soberbios y valientes (se entregan en cuerpo y alma a la historia), sin los cuales la película no tendría el calado hondo que llega a tener, ya que llenan de verdad cada uno de los diálogos, gestos y acciones de sus dos bonitos personajes.
Me encanta el gran trabajo de sus tres directores, su fantástica planificación, el increíble uso que hacen del encuadre, del fuera de campo, del sonido… Muestran lo justo, lo que tienen que mostrar, sin mucho ornamento, sin mucha alharaca ni aspaviento, pero consiguiendo siempre un valioso y potente resultado.
Me encanta la música, de Pascal Caigne, sencilla, como la película, pero conmovedora, también como la cinta, así como las canciones, minuciosa y brillantemente elegidas, que se insertan en momentos claves del largo.
También su dirección artística, genial, al detalle, con esa evolución de esa casa durante 30 años y de ese pueblo, durante las mismas tres décadas. Y su lección de historia, de nuestra historia, a la que asistes casi sin darte cuenta. Y su necesario mensaje de memoria histórica, para no olvidar nunca lo que pasó y ya no tanto para enquistarnos en el pasado, sino para no dejarlo pasar y, sobre todo, para que no lo repitamos de nuevo (miren como anda el ambiente, tan polarizado, alrededor).
Y podría seguir y seguir con los aciertos de esta fantástica y sobresaliente película española que, desde ya, le ha puesto las cosas muy difíciles al, por otro lado, igual de brillante, “Dolor y Gloria” de Almodóvar de cara a la temporada de premios en nuestro país.
En fin, salgo absolutamente convencido y conmovido con esta preciosa historia de esa pareja, que se quiere, de desea, se ama, pero que su amor, y sus vidas, se verán truncadas por una injusta guerra que dividió a un pueblo y creo esos injustos muros, reales y emocionales, que separarán sus afectos y les impedirán vivir la vida que, realmente, hubieran merecido vivir.
Si les gusta el cine, háganse un favor, no se la pierdan.
Felipe tuvo su sesión doble de Doctor Jekyll y Mister Hyde.
🙂
Anotamos sus apreciaciones señor doctor cinemaníaco jeje
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Tal cual. Fue una sesión muy Jekyll y ahúse, con lo mejor y lo peor del cine. Es lo que tiene el arte… un abrazo, contrablogger.
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Me has convencido con «La trinchera infinita», que estuve a punto de elegir el otro día. Me gustan esos actores, me gusta la verdad en el cine. Pronto te contaré 🙂
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No te la pierdas. Te va a encantar. Y luego la comentamos. 😜
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Acabo de verla y sigo conmovido. Gran película que, con sus casi dos horas y media de duración, te mantiene cada minuto viviendo la vida del «topo» y sintiendo su tensión.
Los actores impresionantes.
También como dices, una lección de historia para no olvidar.
Coincido en tu crítica.
Un saludo
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Me alegro de que te gustara. A mí me encantó desde el primer momento. Y siempre la he defendido como la mejor película española del año pasado, por encima de “Dolor y Gloria”, la cual también me encantó!! “La trinchera infinita” es una película redonda; muy recomendable. Un abrazo. Y gracias por seguir el blog. Felipe.
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