Dos de las películas que más ganas tenía de ver en esta temporada “coronavírica” tan extraña que nos está tocando vivir se estrenaban este fin de semana. Dos largometrajes tan distintos como atractivos.
Uno suponía el regreso a la cámara del que es uno de mis adorados directores, autor de algunas de las películas que más me han hecho disfrutar en una sala de cine (desde “Annie Hall” a “Hannah y sus hermanas”, de “Manhattan” a “Match Point”, pasando por “Balas sobre Broadway”, “La Rosa púrpura del Cairo”, o, sin ir más lejos, la última y adorable “Un día lluvioso en Nueva York”). Me refiero a Woody Allen
y el que es su último y europeo proyecto (en EE. UU. ya no le financian sus películas ya que su rebosante hipocresía les impide apoyar a alguien que, curiosamente, ha sido absuelto en dos procesos judiciales; paradojas de la época de lo políticamente correcto; lean su interesante libro “A propósito de Woody” y entenderán de qué les hablo). Había “ganazas” por ver qué es lo que había creado en España, con actores españoles y en esa ciudad tan bonita como mágica que es San Sebastián en la que es su nueva obra, “Rifkin´s Festival”.
Y también había “ganazas” por ver qué había salido de la obra del primerizo en la dirección, Vigo Mortensen, un actor que siempre me transmite buen “feeling” dentro y fuera de la pantalla y cuya presencia en una cinta suele ser sinónimo de calidad (he disfrutado de su buen hacer interpretativo en obras magníficas como “Promesas del Este”, “Captain Fantastic”, “Green Book” o “La carretera”, entre otras). Su prestigio como director no venía precedido de una larga filmografía anterior, como en el caso de Mr. Allen, pero sí de las buenas críticas recibida con esta su ópera prima, “Falling”, tras su paso por el festival de Sundance y de San Sebastián.
Ambas me producen una sensación muy similar. Las dos me gustan. Ninguna me apasiona. Vamos con ellas.
“Rifkin´s Festival” (Dir: Woody Allen):
Disfruto del homenaje al cine, a la vida y a San Sebastián (¡Qué ciudad tan bonita, por favor!!!) que Woody Allen ha querido rendir en “Rifkin´s Festival”. Veo con agrado y placidez sus escasos 92 minutos y reconozco muchos de los elementos que han hecho grande al famoso director (del que soy fan total) durante su metraje. Ahí están sus temas de siempre (la vida, el amor, el cine, la pareja, la muerte, las frustraciones, el azar, el cine, la cultura, …), como están sus afinados, afilados y sarcásticos diálogos, llenos del mejor y más inteligente humor (hay puntazos, de carcajada limpia). También están presentes esas geniales ideas que sólo alguien como Woody puede generar en su prodigiosa cabeza (esos sueños cinéfilos, homenajes a algunos de los mejores filmes de la historia del cine). Asimismo, disfruto de sus (ya “marca de la casa”) créditos iniciales y finales, con letras en blanco sobre fondo negro, con el mejor de los temas jazzísticos posibles, como la gozo con el resto de la partitura (¡Qué buen gusto musical, Mr. Allen!!) que acompaña a toda la película. Y me enamora el amor, valga la redundancia, que procesa a San Sebastián y a su Festival de Cine (dos de las cosas que más me gustan de mi país) a través de cada una de sus imágenes.

Pero, a su vez, he de serles sincero, tengo la sensación de ver un Allen menor (ya sé que ya se ha dicho muchas veces estos días, pero es lo que yo también siento), irregular, un tanto tosco y a veces simplón (ciertas escenas, como la del marido pintor, rozan lo básico, casi paródico), muy lejos de otras obras llenas de genialidad a las que nos tienen acostumbrado el director neoyorquino. Disfruto de esta historia de un matrimonio que llega al festival de San Sebastián por temas de trabajo y que verá sacudido su matrimonio de más de 20 años por la aparición de dos jóvenes y atractivos antagonistas, un director egocéntrico y una doctora insegura. Sigo con atención y relajo su historia y la de los personajes que los rodean, pero en ningún momento me emociono. Es dulce, amable, ligera. Pero le falta “chicha”. Como si a una buena ensalada le faltara el aliño. Buenos ingredientes, como siempre en el cine de Woody, pero sin ese “punch” que te hace vibrar cuando la explosión de sabores es más que sabrosa. Me alimenta, por supuesto, pero no me sacia. Salgo con una bonita sonrisa, lo cual no es poca cosa, pero no con el corazón, una pena, vibrando.
“Falling” (Dir: Vigo Mortensen):
Tenía también ganas de ver “Falling”. Una película que venía de cosechar buenas críticas en Sundance y en San Sebastián y que tiene por director alguien que me resulta tan buen profesional como carismático ser humano. Su tráiler también me hacía augurar un visionado prometedor. He de decir que me encantan dos cosas del debut tras las cámaras del “señor Aragon”:
- Uno, su correosa temática: la difícil relación paterno filial entre un anciano misógino, misántropo, violento y homófobo anciano (un bastardo, vamos, como dirían los americanos) y su educado y calmado hijo homosexual. Sus vidas, después de un tortuoso pasado, se tendrán que poner de nuevo en contacto cuando el odioso señor decida trasladarse a un hogar cercano a su hijo, dados que los problemas que le acarrea la senectud le están poniendo difícil el vivir sólo. La peli habla de los lazos de sangre cuando las relaciones familiares no son como uno gustara y de cómo, al final, el poder de la familia mantiene unidos a seres tan opuestos, antagónicos y dispares como casi incompatibles.
- Y dos, su duelo interpretativo: tanto Lance Henriksen, impecable como el monstruoso padre (hacía mucho que no veía un personaje tan desagradable en pantalla), como Vigo Mortensen como su paciente hijo, están soberbios y en ciertas escenas alcanzan cotas sobresalientes en lo que a lo interpretativo se refiere.

Ambos factores me enganchan a la cinta. Pero encuentro a esta notable ópera prima demasiado dramática y alargada. Le sobran minutos e intensidad. Acabo exhausto entre tanta discrepancia paterno filial, rencor y rechazo, y, aunque me gusta su final, me hubiera gustado más concreción y menos conflicto y pelea en el medio. Me resulta más interesante que disfrutable, más sugestiva que gozosa.
En cualquier caso, paso una estupenda tarde cinéfila, imperfecta, pero llena de elementos interesantes suficientes para desear que llegue el momento de poder estar de nuevo en una sala de cine. Vayan al cine, vuestra salud mental y emocional, y la cultura, no lo olviden, lo agradecerán en estos tiempos tan difíciles para todos.
Hola Felipe!! Totalmente de acuerdo en que son dos películas de lo más apetecibles. Estoy deseando ver lo nuevo de nuestro adorado Allen (¡¡cómo he disfrutado su autobiografía que recibí de regalo de cumpleaños!!). Asumo que no debe ser una de sus grandes obras (este finde volví a ver «Annie Hall» y la formidable «Maridos y mujeres»), pero sin alcanzar las cotas de joyas como «Delitos y faltas» (mi preferida), seguro que salgo de la sala más feliz que entré y con ganas de que nos haga disfrutar con su próximo estreno.
Mortensen es un grande y seguro que no defrauda.
Abrazos.
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Ey, Rubén. Ambas son dos pelis no redondas. Con sus cosas buenas; pero también con sus defectos. Pero en ambos filmes hay elementos suficientes para disfrutar. Muy fan de Allen y de Viggo como tú. Un abrazo. 👏🏻👏🏻👏🏻
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Nunca he sido muy fan de Woody, bueno del de Pixar, sí lo soy 🙂
Lo bueno, es que sabes lo que vas a ver con él, y son cortitas con los 90 y pico minutos cronometrados de siempre… por lo que aunque solo sea por disfrutar de Donostia… pues mira 🙂
Anotada quedó!
De Viggo soy muy fan 🙂 Entre que es Montaraz y medio español por culpa de nuestra Ariadna…
Anotada quedó también!
Saludos y gracias, como siempre
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