Era el tema de la semana. El pasado 2 de diciembre se anunciaron las nominaciones a los premios Goya y a partir de entonces se daba rienda suelta (con las consecuentes alegrías y pataletas de los cinéfilos; “tweeter” ardía) al análisis de estas y es que, como siempre digo yo, para gustos los colores. En general estaban, compitiendo como mejor película, las que tenían que estar y se preveía que estuvieran. Me refiero a las sobresalientes (no se las pierdan si no las han visto) “Dolor y Gloria” y “La trinchera infinita” (quizá mi película española favorita del año, con permiso de Pedro) y la notable “Mientras dure la guerra” (de calidad menor, aunque con sus aspectos positivos, pero dirigida por Amenábar, ya un clásico, en la Academia). Luego estaban las sorpresas: “Lo que arde” (una fantástica cinta del cine más radical y vanguardista rodada absolutamente en gallego y absolutamente recomendable) que se colaba entre las cinco candidatas, así como “Intemperie” (película que me muero de ganas de ver pero que por cuestión de horarios aún no he podido disfrutar), que daba la gran sorpresa, lo nuevo de Zambrano (“Habana Blues” y “Solas”).
Se echaban de menos ciertas ausencias: más nominaciones para esa refrescante e inclasificable comedia de humor absurdo, la delirante y estimulante “Ventajas de viajar en tren”, especialmente la de su actriz principal (genial Pilar Castro), así como para “Los días que vendrán”, ejemplo del cine más novedoso e independiente que clamaba al cielo la nominación para su actriz, como intérprete revelación, María Rodríguez Soto, quien era la favorita, ya no a ser nominada, sino a ganar (no solo para mí sino para todo cinéfilo que se tercie), la cual no llegó ni siquiera a colarse en el cuarteto finalista. Cosas del cine (o de la vida, qué se yo).
Lapsus, errores o simplemente gustos, quien sabe, que, todo hay que decirlo, también dan vidilla y crean ambientillo en torno a las, generalmente, previsibles candidatas a los premios.
Conocida la lista de las candidatas, me propongo completar el visionado de las películas que me quedan por ver y que competirán por los “cabezones” (como se conocen coloquialmente a las estatuillas de la Academia del cine español) antes de que se entreguen las mismas. Llego tarde al cine para ver “Intemperie” y me meto en mi segunda opción, “La hija de un ladrón”. ¡Qué acierto! Salgo rendido ante la que ha sido la ópera prima sorpresa del cine español de este año. Vamos con ella.
“La hija de un ladrón” (Dir: Belén Funes):
Reconozco que entraba con un poco de pereza a ver la que se decía era la revelación del cine español del año. Su temática (un drama a lo Ken Loach con un poco de los hermanos Dardenne) un rato deprimente y su estética un tanto feísta y gris (por lo que podía ver en las imágenes que publicaban sobre ella, así como diferentes clips y avances) me echaban para atrás. Error. Caigo rendido ante esta potente ópera prima de Belén Funes que me engancha de principio a fin. Casi no respiro ante la tragedia que me muestra, la de una joven soltera madre de un hijo, la cual trata de sobrevivir como puede ante las adversidades que el muy capullo e injusto destino le tenía preparado para ella. Se llama Sara y, además de tener que sacar adelante prácticamente sola a un hijo (para lo cual realizará todo tipo de trabajos que le den dinero), tendrá que lidiar con un padre ausente, el ladrón del título, el cual siempre que aparece le complica la vida. Todo lo que retrata la debutante directora respira verdad por los cuatro costados. Es veraz hasta decir basta. Pero no solo refleja de brillante manera la cruda realidad, sino que lo hace a través de una trama interesante, inteligente y atractiva no por su belleza (que carece radicalmente de ella), sino porque engancha absolutamente y no puedes dejar de mirar. El “quiz” de la cuestión es un guion sencillo pero potente, conciso pero brillante, mínimo pero absorbente, muy sintético (con un uso de la elipsis perfecto) pero muy efectivo, en el que a través de muy pequeños y sencillos planos y más mínimas secuencias conoceremos perfectamente el pasado y el presente (y, probablemente, incluso el futuro) de nuestra sufrida protagonista.
Y si el guion destila calidad, no menos lo hace la mirada de su directora. Belén Funes tiene claro lo que quiere contar y cómo quiere hacerlo y se nota. Despoja de cualquier atisbo de belleza o esteticismo a la película. Ella no quiere eso, no. Sino que sintamos el día a día de todas esas personas que mañana tras mañana no viven, sino sobreviven, al adverso panorama que tienen delante. Y vaya si lo consigue. Me creo todo lo que veo dentro de la pantalla. Desde cada uno de los intérpretes hasta el último elemento de atrezo que visualizamos en cada uno de sus fotogramas. Me lo creo y me estremezco (porque realmente hay gente con existencias así).
Un gran sentido de la realidad que cobra aún más fuerza gracias a unos intérpretes fantásticos que dotan de realismo y veracidad cada uno de sus gestos y frases. Todos perfectos, menos ella, Greta Fernández, que está aún mejor, pluscuamperfecta, absolutamente soberbia, dejándose la piel y el alma para regalarnos la que es la interpretación (con permiso de Marta Nieto) femenina del año. Suya es la pantalla, que llena de emoción y verdad en cada una de sus omnipresentes presencias en el filme. Bravo. Chapeau. Y suya es la película, mi corazón (me conmovió hasta decir basta) y, seguramente, el Goya de este año. Tendremos que esperar todavía unos meses para saberlo. Mientras tanto, no lo duden, vayan a ver esta desoladora pero emocionante película. Realmente, merece la pena.