(Des)propósitos de Año Nuevo

         Todos empezamos el año con nuevos propósitos. Que si voy a adelgazar, que si voy a correr todos los días, que si me voy a quedar más fino y musculoso que el último joven y tatuado futbolista de moda, que si voy a empezar a estudiar tal o cuál idioma o intentar investigar tal o cual disciplina para cambiar de vida profesional, que si voy a visitar más a mis familiares, que si voy a intentar quedar más con mis amigos, que si voy a cuidar más el alma, el espíritu y el cuerpo y hacerle un corte de mangas al estrés y la rutina… En fin, que si tal y pascual y lo de más allá. Todo esto no es sino una reacción natural al “despiporre” navideño y uno lo piensa después de todos los despropósitos llevados a cabo en fin de año: habernos comido todo lo posible y más (ya no te digo beber) como si no hubiera un mañana o este estuviera dominado por un “Apocalipsis Zombie” y demás excesos vacacionales.

Empiezo el año cinematográfico de una manera similar. Con el objetivo de entregarme al cine en cuerpo y alma, deseoso de ver grandes películas, al menos tan buenas como las que el magnífico 2019 nos ha regalado, de descubrir nuevos directores, actores y actrices, de ver excelentes óperas primas y magníficas obras de autores consagrados,… En definitiva, con ganas de más y mejor cine y sobre todo con el deseo de olvidar el último film con el que he despedido el año. El gran despropósito que el séptimo arte nos ha querido “regalar” antes de llegar al 2020. Quizá la peor película del 2019? Vamos con ella.

          “Cats” (Dir: Tom Hooper):

Me encantan los musicales. Tanto en escenario como en pantalla. Un género de lo más artificioso pero al que yo caigo rendido en cuanto veo alguno. No puedo explicar por qué (bueno, sí podría, pero lo dejo para otro post) pero me encantan. En teatro son muchos los que me han convencido: “El rey León”, “Matilda”, “Los Miserables”, “Spamalot”, “Wicked”, “Hairspray”, “Billy Eliot”,… Lo mismo en cine: “La La Land”, “Moulin Rouge”, “Chicago”, “El mago de Oz”, “Cantando bajo la lluvia”,… Por eso confieso que esperaba con ansias “Cats” y eso que su versión teatral ya me había dejado frío cuando la vi hace ya muchos años. Pero nada parecido a lo que siento a la adaptación en pantalla que nos ha dejado para la posteridad el director británico Tom Hooper. Todo un despropósito. Algo totalmente desenfocado y desacertado. Raro, bizarro, extraño, incomprensible y absurdo.

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  Si en el anterior post hablaba de todos los aciertos de la “Mujercitas” de Greta Gerwig, la otra película con la que despido Diciembre, en éste solo puedo hablar de los desaciertos (y un acierto, vale) de esta nueva versión para la gran pantalla del musical felino:

Acierto: el show de Taylor Swift. No soy fan de la idolatrada cantautora norteamericana. Nunca me ha dicho nada, ni su música ni su presencia. Pero aquí se “casca” el único número musical que me despertó del letargo y del “adocenamiento”, del aburrimiento y la perplejidad en la que me dejó inmerso el esperpento gatuno. Un espectáculo cabaretero y lleno de swing en la que la artista se deja el pellejo (nunca mejor dicho)

Desaciertos: Todo el resto.

  • Es aburrida y se hace larguísima a pesar de que no supera las 2 horas de duración. La trama de esos gatos “Jélicos” que buscan a ese elegido que vaya a pasar una mejor vida ya me aburrió (por mucho que esté basada en poemas de T. S Elliot) en el teatro. La sucesión de presentaciones gatunas (que si soy el gato mago, que si yo el gato presumido, que si yo…) hace que uno acabe de felinos hasta el “Miau” y te da absolutamente igual quién se vaya a “mejor vida”.
  • Lo del maquillaje y peluquería es de traca. Esos gatos con pies y manos humanas son más propios de una fiesta de una comunidad de vecinos en pleno Halloween, o de una “troupe” de bailarines que se quedaron sin subvención para su espectáculo, que de una superproducción de Hollywood. Más que asombro producen grima. Más que ilusión y magia provocan estupefacción. Perplejidad. ¿Miedo?
  • Los efectos especiales (que la productora asegura no haber tenido a tiempo y que mejorará en una nueva versión de la cinta que estrenará cuando realmente estén) son de primerizos y becarios y te dejan KO desde el primer “round”.
  • La estética más que gatuna es “feuna”. Todo es gris y decadente y rompe de un plumazo ese brío y toque mágico, ese glamour y desparpajo que suelen caracterizar a los musicales.
  • No puedo decir si los actores lo hacen bien o mal. No distingo sus gestos entre tanto pelo y entre tanto bigote. Cantar, cantan bien (es lo único que les faltaba para el cataclismo total), pero no tienen material con el que lucirse.
  • La partitura no me dice nada. Ya me pasó cuando la vi en escena. Está creada por uno de los grandes, Andrew Lloyd Weber, pero a mí me resulta anodina y reiterativa.
  • Hay cosas que “te quitan el sentío” (negativamente hablando, claro está) como esa Judi Dench llevando un abrigo de pieles (¿de gato?), esa pelea en la barca del Támesis (que ni de grupo de teatro amateur), el momento de las cucarachas devoradas por los félidos (que solo podría crear un autor contemporáneo tras viaje psicotrópico después de un atracón de drogas duras,…). En fin, “malamente”, como diría la Rosalía.

Concluyendo, lo que les digo, todo un despropósito, que por supuesto no les puedo recomendar, al menos que sean fans del musical original, que adoren los gatos por encima de todas las cosas, o, por qué no, quieran vivir una experiencia diferente, extraña, casi catártica y de otra dimensión.  Créanme, solo había sentido una sensación similar últimamente con “Climax”, de Gaspar Noé, y esa iba de sustancias prohibidas y “sirocos” psicotrópicos. Ambas me dejaron con el mismo mal cuerpo. Ya me dirán si ustedes se atreven a correr el riesgo. Yo, se lo desaconsejo. Pero son ustedes los que tendrán que tomar la decisión. Palabra de amante del musical y de los gatos (ahí es nada).

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